Malestares en Motores de Crecimiento

Convirtamos nuestros malestares, en motores de crecimiento
Autor: Ernesto Yturralde
Nivel de interés: Alto
Tiempo de lectura: 09 minutos
Convirtamos nuestros malestares, en motores de crecimiento
En una sala de reuniones en Kennedy Norte en Guayaquil, un equipo tecnológico avanza en silencio, cumpliendo plazos sin entusiasmo. Las pantallas reflejan rostros de cansancio, y las conversaciones se reducen a lo estrictamente necesario. En otra esquina, jóvenes recién integrados se cuestionanen silencio: “¿vale la pena tanto esfuerzo si no sabemos para qué lo hacemos?”. El contraste entre quienes cumplen resignados y quienes exigen propósito se refleja no solo un choque generacional, sino la evidencia de que la cultura organizacional no está respondiendo al anhelo de significado; esa grieta se abre cada vez más y exige atención consciente.
Ese contraste entre rutina agotada y exigencia de propósito no es anecdótico, es el retrato vivo de lo que muchos equipos están experimentando en toda Latinoamérica. Lo que solemos llamar "queja" o "falta de compromiso", no es un síntoma de debilidad, sino un espejo que nos refleja lo que estamos ignorando. Y allí, en esa incomodidad, surgen oportunidades transformadoras. La tensión no surge porque los colaboradores quieran menos, sino porque necesitan más; un horizonte con sentido, reconocimiento, y los líderes con la osadía de mirar la verdad de frente, sin maquillarla ni minimizarla.
Lamentablemente, muchas veces nos hemos acostumbrado a esconder lo que incomoda, y lo hacemos porque creemos que hablar de malestar genera ruptura, genera división, porque frecuentemente repetimos la idea de que una organización sana es aquella que sonríe y no cuestiona. Sin embargo, la verdadera fortaleza se construye cuando aceptamos que duelen cosas concretas, cuando dejamos de barrerlas y ponerlas debajo de la alfombra y decidimos firmemente sanarlas juntos, con escucha activa y con acciones que sostengan la palabra.
Las tensiones aparecen con múltiples rostros; hay quienes sienten que trabajan sin propósito claro, atrapados en rutinas que dejaron de inspirar. Otros entregan más de lo que reciben y se desgastan al no encontrar reconocimiento; también conviven visiones distintas sobre el equilibrio vida–trabajo; unos normalizaron jornadas interminables, otros reclaman bienestar y conexión con un impacto real, donde los valores corporativos se vivan en la práctica diaria. Esas tensiones no son enemigas, son señales; como líderes, podemos transformarlas en poderoso combustible.
El primer paso es nombrarlas: cuando alguien expresa lo que duele y es escuchado, la confianza se fortalece; pues el silencio, enferma y la conversación sincera, libera. Nombrar el malestar abre una puerta hacia la sanidad cultural, y aunque incomoda mirarlo de frente, allí surgen verdades que no aparecen en los puntos importantes de los reportes: frustraciones, desencuentros, anhelos que piden espacio. Reconocerlas, reconocerlas con humildad, convierte eso invisible, en terreno fértil para sembrar cambios, y cada incomodidad expresada se vuelve oportunidad de construir confianza sólida, materia prima de toda vigorosa relación humana.
El segundo paso es dotar de sentido al esfuerzo, considera que cuando el sacrificio se desconecta del propósito, la motivación se erosiona, se malogra. En cambio, si lo conectamos con un "por qué" compartido, el desgaste se transforma en poderosa energía colectiva. Aquí la cultura corporativa cobra vida cuando el propósito trasciende el organigrama y aterriza en prácticas visibles: decisiones que reflejan prioridades humanas, reconocimientos oportunos y coherencia entre lo que declaramos y lo que hacemos frente a nuestros clientes y a nuestra comunidad.
El tercer paso consiste en usar la misma fricción como materia prima; cada incomodidad nos revela una brecha entre lo que hacemos y lo que necesitamos. Esa brecha puede alimentar innovación, evolución cultural y nuevas formas de colaboración. Lo que hoy molesta puede convertirse en chispa de transformación si lo abordamos con valentía, si creamos mecanismos para que las ideas viajen, si protegemos los aprendizajes que nacen de los errores.
La metodología del Aprendizaje Experiencial nos da caminos concretos. Podemos diseñar espacios donde se hable de lo que funciona y también de lo que duele, con reglas claras de respeto y curiosidad. Dinámicas vivenciales que conviertan tensiones en retos compartidos. Mapas de malestar para identificar puntos críticos, clasificarlos por impacto y tratarlos como insumos de mejora, no como manchas que deban ocultarse en la pared.
Recuerdo un caso inspirador en Bogotá - Colombia, una organización con alta rotación eligió no negar la incomodidad que expresaban sus colaboradores. Activamos con ellos, círculos de conversación facilitados, implementamos Open Space Workshops, cuidaron la escucha, convirtieron quejas en compromisos de acción. En alrededor de seis meses, la rotación disminuyó de manera significativa y logramos fortalecer el orgullo de pertenecer; el malestar, cuidadosamente trabajado, se transformó en renovación cultural medible. Medir importa si queremos sostener cambios, pues no alcanza con ventas o productividad. Ignorar indicadores de clima, percepción de propósito, confianza y pertenencia nos deja ciegos ante lo que garantiza sostenibilidad. Una organización madura mide resultados visibles y emociones invisibles, porque lo que no medimos solemos perderlo, y lo que medimos con intención, podemos mejorarlo de forma consciente y consistente.
Transformar el malestar exige coraje, pues es más sencillo "maquillar cifras" que escuchar verdades incómodas. Sin embargo, es allí donde nace la confianza. Los líderes no necesitamos todas las respuestas, sí la disposición a abrir la conversación, sostenerla y convertirla en decisiones que cambian la experiencia cotidiana. Ese es el trabajo silencioso que fortalece la cultura corporativa y dignifica el aporte de cada persona.
Te propongo que hagas un ejercicio simple y muy poderoso: Identifica una incomodidad que estés ignorando en tu equipo, ponla a la vista, pregunta con curiosidad, escucha sin prisa, acuerda un primer paso y cíñete al seguimiento. Cuando la palabra se vuelve compromiso, la energía cambia, la confianza crece y la rueda de la mejora deja de ser discurso para convertirse en práctica activa.
El malestar no es un enemigo a derrotar, es un verdadero maestro que nos señala el punto exacto donde debemos evolucionar. Si lo aceptamos con inteligencia, lograremos prosperar como organizaciones, y sobre todo construiremos culturas corporativas muy humanas, verdaderamente vivas y muy resilientes. Queremos ver a nuestros colaboradores encendidos por propósito, no por obligación; queremos equipos que celebren avances pequeños y aprendizajes grandes; queremos que la cultura organizacional se encuentren con los valores corporativos en el terreno, allí donde suceden las conversaciones que cambian destinos. Si encendemos esa llama con coherencia y humanidad, nosotros los líderes podremos dejar huellas dignas de ser contadas, porque habremos transformado la incomodidad, en un motor poderoso de nuestro crecimiento.
Para citar este artículo:
Yturralde, Ernesto (2024). 'Convirtamos nuestros malestares, en motores de crecimiento'. Recuperado de https://yturralde.com/articulo-articulo-malestares-motores-crecimiento.html








