Persona y Personaje

Persona y Personaje: Dos dimensiones que sostener
Autor: Ernesto Yturralde
Nivel de interés: Alto
Tiempo de lectura: 10 minutos
Recuerdo estar en Ciudad de México, un 4 de noviembre. Hasta el día anterior, había participado como conferencista en una gran convención en Guadalajara, en un ambiente cargado de energía, luces, presentaciones y conversaciones. Era uno de esos momentos en los que el “personaje profesional” estaba en plena acción: traje impecable, agenda cronometrada y una lista interminable de compromisos.
Ya en la noche, arribamos a la capital junto a tres colegas, miembros del Directorio de la Asociación de Dirigentes de Empresas y Marketing | ADEM - Amparo Aviléz, Jaime Tomalá y Francisco Hoyos - y decidimos visitar la Torre Latinoamericana tras llegar al entonces DF (hoy CDMX). En medio de aquella visita nocturna, vibró mi beeper - en ese momento, la última tecnología de la que disponíamos - y un mensaje breve detuvo mi mundo: “¡Ha nacido Ernesto Xavier, felicitaciones papá!”
¡Se había adelantado un mes! En ese instante, el personaje que representaba - el consultor, el conferencista - quedó en atónita pausa. El corazón tomó el control y la persona que soy, brotó con una fuerza imparable. El viaje de regreso estaba previsto para el día siguiente; mi mente voló más rápido que cualquier avión, intentando acortar la distancia entre aquella torre y la sala de partos donde mi hijo acababa de llegar al mundo.
Desde ese momento, hace algunas lunas, comprendí, de forma abrupta, lo que muchas veces comparto en mis talleres: los roles que representamos pueden ser importantes, pero nuestra esencia, nuestras relaciones y lo que verdaderamente nos caracteriza, están siempre por encima. Ese día, Ernesto Yturralde, el conferencista, el personaje, cedió el lugar a Ernesto, la persona, el padre que ansiosamente deseaba sostener en sus brazos a su hijo primogénito, Ernesto Xavier, recién nacido. Y entendí que esa transición - dejar que la persona guíe al personaje - es uno de los mayores actos de coherencia que podemos vivir.
¿Quién lidera a quién?
En el ámbito organizacional, los líderes solemos entrenarnos para convertirnos en personajes sólidos: expertos en estrategia, comunicación, resultados, protocolos y presencia visible. Pero a veces, en esa búsqueda por representar el rol con excelencia, dejamos a un lado a la persona que reside debajo del traje, detrás del título, más allá de los KPI y de la presión por los resultados con nuestros colaboradores.
La pregunta parecería sencilla, pero es muy profunda: ¿Quién lidera a quién? ¿La persona al personaje, o el personaje a la persona?
Cuando el personaje toma el control absoluto, es fácil que caigamos en automatismos. Nos volvemos funcionales, eficaces, pero desconectados. El liderazgo se vuelve correcto, pero no verdadero; presente, pero no significativo, y en ese proceso, la autenticidad se diluye.
Frank Caprio: firmeza con humanidad
En este punto, me gusta traer a colación el caso de Francesco (Frank) Caprio, el exjuez municipal de Providence, Rhode Island, que se volvió famoso mundialmente por sus intervenciones en el programa “Caught in Providence”, hoy popular en redes. Más allá del estrado, proyecta una humanidad que traspasa la formalidad de la toga. Su personaje, el juez, tiene autoridad, toma decisiones y aplica la ley; pero su persona, el ser humano detrás, se manifiesta en cada gesto de empatía, en su capacidad de escuchar historias, comprender contextos y, cuando es posible, dar segundas oportunidades. No sacrifica la justicia, pero tampoco olvida que quienes comparecen ante él son seres humanos antes que infractores. En su caso, la fusión entre persona y personaje es tan natural que no genera dudas: el respeto que inspira, proviene tanto de su rol, como de su esencia.
Este equilibrio nos recuerda que el verdadero liderazgo no nace solo de cumplir con una función, sino de hacerlo de la mejor manera, impregnando cada decisión con la humanidad que nos define. En nuestras organizaciones, los líderes debemos preguntarnos si nuestro personaje potencia u opaca a nuestra persona; si nuestro hacer, opaca a nuestro ser; si lo que mostramos ante el equipo refleja lo que somos o solo lo que "creemos que esperan" de nosotros.
Hay un punto de encuentro entre el deber ser y el ser auténtico, entre la estructura y lo humano, entre la planificación y la empatía. Ese punto no es un destino, sino una práctica diaria. Un equilibrio dinámico que requiere conciencia, humildad y valentía. En definitiva, se trata de reconocer que somos, “Persona y Personaje”, dos dimensiones que sostener: el ser y el deber, la persona y el personaje, en constante diálogo para que ninguno apague la luz del otro.
Liderar no significa únicamente el tomar decisiones complejas, también implica elegir, cada día, qué parte de nosotros se expresa: ¿El personaje que responde al guión del deber o es la persona que lidera con presencia, compasión y verdad? Ahora bien, esta alineación no ocurre de manera automática. Muchos de nosotros construimos un personaje que responde a expectativas externas, a veces tan distante de nuestra verdadera persona que, con el tiempo, nos sentimos atrapados en un papel que no nos representa. El desgaste emocional y la desconexión interna son inevitables cuando la brecha entre ambos crece. El gran reto es mantener la coherencia, dejar que el personaje sea una extensión genuina de la persona, y no una máscara que oprime.
No se trata de renunciar al personaje, de ninguna manera. De hecho, lo necesitamos para estructurar, coordinar y ejecutar eficientemente. Pero también necesitamos de la persona para inspirar, conectar y transformar. El reto no es elegir uno sobre el otro, sino que debemos aprender a sostener ambas dimensiones sin llegar a fragmentarnos.
En mi experiencia como consultor organizacional y formador, he comprobado que los equipos no se inspiran por la perfección del personaje, ciertamente hay admiración, pero es la humanidad de la persona la que mueve con fuerza. Cuando los líderes logramos esa integración, no solo influimos: trascendemos.
El poder de la coherencia
La coherencia nace cuando lo que somos, lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos y lo que representamos se alinean. Esa es la verdadera autoridad: la que no se impone por jerarquía, sino que se reconoce por autenticidad. ¡La que no necesita demostrarse, porque simplemente es! ¡Es!
Tiempo después nació una canción: “Persona y Personaje”. No como una producción musical más, sino como espejo de esta dualidad que todos vivimos. No pretende dar respuestas, sino abrir espacios de reflexión para que miremos hacia adentro y escuchemos aquello que el personaje, a veces, silencia.
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Cuando esa coherencia se rompe, la distancia entre lo que mostramos y lo que sentimos, empieza a cobrarnos una alta factura. Nos volvemos previsibles, rígidos, e incluso reconocidos como insensibles, atrapados en un guión que dejamos de cuestionarnos. La persona se marchita mientras el personaje se impone, y con ello se apaga esa chispa que inspira, que conecta. Por el contrario, cuando logramos integrar ambas dimensiones, la energía fluye de manera distinta. Las conversaciones dejan de ser mecánicas, las decisiones se toman con mayor perspectiva y las relaciones se fortalecen porque la confianza se construye sobre la base de la congruencia.
El reto de quienes lideramos, definitivamente, no es únicamente perfeccionar nuestro personaje profesional, sino asegurarnos de que este sea un reflejo auténtico de nuestra persona. El público puede admirar a un personaje bien interpretado, pero lo que realmente transforma y deja huella es la autenticidad de la persona quien lo sostiene.
Y si tuviera que resumir esta reflexión en una sola idea, sería esta: somos, “Persona y Personaje”, dos dimensiones que sostener. Cada día procuramos equilibrar el ser y el deber, la autenticidad y el rol, lo humano y lo estructurado.
Hoy, este mundo nos exige que seamos auténticos, realmente auténticos: capaces de ejercer nuestros roles sin perdernos entre estos. Con la gran sensibilidad para saber cuándo debe hablar el personaje y cuándo es tiempo de escuchar a la persona.
Debemos liderar desde el equilibrio, y esto no significa no temer a sentir; significa sostener el deber, sin abandonar el ser. Significa entender que no estamos aquí solo para cumplir grandes objetivos en cifras, sino también para honrar la vida y el valor de nuestros colaboradores.
Y ese, quizá, sea el liderazgo más desafiante y más necesario de nuestros tiempos.
Para citar este artículo:
Yturralde, Ernesto (2023). 'Persona y Personaje: Dos dimensiones que sostener'. Recuperado de https://yturralde.com/articulo-persona-y-personaje.html








