Resiliencia en turbulencia

Resiliencia en turbulencia: una historia real
Autor: Ernesto Yturralde
Nivel de interés: Alto
Tiempo de lectura: 06 minutos
Durante más de un año, nadie sabía dónde estaba. Algunos ya lo daban por muerto. Otros, simplemente, lo habían olvidado. Pero el 30 de enero de 2014, un hombre descalzo, con el cuerpo curtido y herido por el sol, la sal y la desesperanza, apareció tambaleándose en una playa remota del Pacífico. Su nombre: José Salvador Alvarenga, y acababa de sobrevivir 438 días perdido en el mar, enfrentando lo impensable con una fuerza interna que aún hoy, cuesta entender.
José no tenía motor, no tenía radio, no tenía timón, no tenía a nadie. Solo un pequeño bote, el océano y lo más frágil y poderoso que puede tener un ser humano: el deseo de seguir viviendo.
Durante más de 14 meses, no escuchó una voz, no vio luces de la ciudad, no sintió el abrigo de una cama ni el olor del café que da sentido a una mañana común. Comió lo que el mar le ofrecía, bebió lo que el cielo le regalaba y sostuvo la vida en medio del silencio más absoluto. Su compañero no soportó la angustia. Él sí porque decidió adaptarse incluso a lo insoportable, en una lucha callada y feroz que ocurría en lo profundo de su alma.
Hay momentos en los que la vida también nos lanza emocionalmente a la deriva. Nos quita el control, nos borra las coordenadas, nos arranca los planes con una fuerza que desarma. Y en esa intemperie aprendemos lo que significa realmente resiliencia. No es volver a ser como antes, no es restaurar lo que se quebró, sino volver a ser, de otra manera, con otra mirada, con otra fuerza que antes no sabíamos que estaba en nosotros.
Alvarenga no esperó que el mundo lo salvara. Se reconstruyó cada día con lo que tenía. Lo que perdió en certezas, lo ganó en intuición. Lo que le faltó en herramientas, lo compensó con instinto. Lo que no encontró afuera, lo cultivó adentro.
Hay naufragios que no se ven, pero se sienten. Crisis silenciosas, pérdidas que nadie percibe, ciclos que se cierran sin despedida. Duelos que no se lloran con lágrimas, sino con silencios y largas noches en vela. Y en esos océanos invisibles también navegamos, con miedos, con rabia, con dudas que nos remuerden por dentro, pero con la posibilidad intacta de reinventarnos.
Adaptarnos no es rendirnos, es descubrir formas distintas de avanzar. Es transformar la limitación en una invitación a crear, a buscar rutas no exploradas, a cambiar el “¿por qué a mí?” por el “¿para qué esto ahora?”.
Y cuando la esperanza parece extinguirse, a veces basta un día más. Un intento más, una pequeña señal, un pensamiento que dice: “aguanta un poco más, aún no termina tu viaje”.
Las limitaciones no son cadenas, son recordatorios. Nos invitan a mirar distinto, a soltar lo que ya no sirve, a confiar en que la vida también se expresa en los silencios, en las pausas, en los días en los que solo respiramos… y seguimos.
Alvarenga no sabía si llegaría a tierra firme. Pero seguramente, cada amanecer era una apuesta silenciosa: “hoy, también resisto”. Ese tipo de coraje no se enseña, se despierta cuando no queda más remedio que mirar hacia adentro para conectar con la esperanza.
Hay algo profundamente humano en esa historia. No por lo espectacular, sino por lo universal. Todos, en algún momento, hemos flotado sin dirección. Todos en algún momento dado hemos sentido que no hay viento, ni mapa, ni nadie al otro lado. Pero incluso ahí, la vida sigue viva dentro de nosotros mismos.
Y un día, sin saber cómo, llegamos a tierra. Distintos, más frágiles, tal vez. Pero también más sabios, más conscientes de lo esencial. Más agradecidos por cada pequeño milagro. ¡Más vivos!
Alvarenga no fue un héroe, fue un ser humano con miedo, hambre, dolor y esperanza. Y esa es, quizás, la definición más pura de resiliencia: seguir adelante, incluso sin garantías.
No siempre tendremos el timón en las manos. No siempre podremos elegir la tormenta. Pero siempre podemos elegir quiénes queremos ser mientras pasa la tormenta. Y eso, en última instancia, define nuestro viaje.
En este mismo instante, hay personas navegando aguas turbulentas. Que no encuentran respuestas, personas que han perdido a alguien, personas que enfrentan limitaciones que antes no imaginaban. Este artículo es para ellas, para ti, para mí. ¡Para todos!
Porque mientras surja esa voz interna que te repita: "Resiste un poco más"; mientras podamos adaptarnos sin dejar de soñar, mientras haya una pequeña chispa de esperanza, aún no estamos perdidos.
Y tal vez no se trate de descubrir tierra, sino de descubrirnos nosotros mismos. En este camino de autodescubrimiento, cada experiencia es una enseñanza. Aprendemos a apreciar no solo los días tranquilos, sino también las turbulencias que nos fortalecen.
Para citar este artículo:
Yturralde, Ernesto (2025). 'Resiliencia en turbulencia'. Recuperado de https://yturralde.com/articulo-resiliencia-en-turbulencia.html








